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Nos han educado para vivir en una sociedad con parámetros equivocados. El ser humano es distinto de como no lo quieren mostrar todos los sistemas, incluso el judeo cristiano, sobretodo el judeo cristiano, y por eso el legado que queda de ello son los estados de insatisfacción que a menudo nos intranquilizan. Nuestro deber es rescatarnos a nosotros mismos y vivir cada instante, el mejor. Néstor González. Sentencias 2010

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Y por qué la Gramática?

Fuente: http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/LiteraturaLatinoamericana/AndresBello/Himno.asp

Para una primera aproximación a Don Andrés Bello visita el siguiente enlace



Es trascendental como fundamental y primario, el valor que concita en sí, la apropiación y manejo del idioma, no solo por su papel en la comunicación corriente o fática, sino en tratándose del lugar que le corresponde como objeto de estudio en la gramática, para el caso escrutada en este Blog de filosofía, ciencia y pensamiento, dada su acción primordial en la tarea de develar la utilidad del idioma para expresar pensamiento, conocimiento y sabiduría.

Del mismo modo al ajustar el idioma hacia la asunción y comunicación del pensamiento, así como para el circunspecto conjunto de manifestaciones del ser humano que le dan la probidad de lo que debe saberse y ha de ser guía y horizonte para la experiencia del vivir y del morir, del existir y no ser nada cuando se es capaz de algo tan complejo como la nada., así mismo la gramática es instrumento vital, en la aclaración y construcción adecuada del camino comunicante.

Entre los precursores de esta tarea se encuentra el muy afamado filósofo, jurista y gramático Don Andrés Bello, quien compendió de la mejor manera, para su época la mejor gramática que hubieran conocido los hablantes del hermoso idioma castellano. A continuación relaciono la introducción que Amado Alonso realizó de este monumental trabajo de Bello. Se agradece de antemano la gestión maravillosa y el aporte a la cultura que en este sentido ha realizado la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes Saavedra, de quien se ha tomado el fragmento citado: puede consultarse el sitio web en:

 http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12145074229036051543435/p0000001.htm#I_1_




Gramática

Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos




Andrés Bello


  -IX-   
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Introducción a los estudios gramaticales de Andrés Bello

Amado Alonso




La Gramática de la lengua castellana de Andrés Bello, escrita hace más de un siglo, sigue hoy mismo siendo la mejor gramática que tenemos de la lengua española. Éste es un hecho que reclama justamente nuestra admiración. Se ha progresado en el análisis y conocimiento de muchos materiales idiomáticos; se ha puesto más rigor (aunque a las gramáticas escolares no haya llegado) en la interpretación de las categorías gramaticales; pero todavía no ha aparecido un libro, unaGramática, que pueda sustituir con provecho a la magistral de Andrés Bello en su doble oficio de repertorio de modos de hablar y de cuerpo de doctrina. Mi interés personal me lleva preferentemente hacia las bases teóricas y doctrinales sobre las que se ha armado la obra de Andrés Bello; y tengo que adelantar que, en este fundamental aspecto, la Gramática de Bello no es, ni mucho menos, un venerable monumento de museo, como la de Nebrija, 1492, o la de Port-Royal, 1660, sino pensamiento vivo y válido. Por supuesto que alguna de aquellas flores se ha marchitado, ya que la ciencia no ha detenido su progreso; lo admirable es el que, en su conjunto, aquella construcción ostente al cabo de más de un siglo su plena dignidad y lozanía. De ninguna gramática europea de su tiempo se puede decir otro tanto. Y es que Bello, no solamente seleccionó y organizó las ideas más válidas y consistentes en la primera mitad del siglo XIX, sino que tuvo admirables vislumbres de otras que sólo el siglo XX habría   -X-   de desarrollar con rigor de sistema. En otras supo con acierto mantenerse fiel a una tradición gramatical que su época tenía en tela de juicio, pero que la crítica posterior ha confirmado como de validez permanente. He aquí mi análisis.




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Los móviles




Andrés Bello fue historiador, jurista, legislador, filólogo, naturalista, diplomático, poeta, filósofo, político, educador. Si nos preguntan por qué un hombre que sobresalió en las cumbres de la cultura escribió también de gramática, se puede contestar con ese mismo también. Hijo del siglo de la Enciclopedia, quiso cultivar todos los conocimientos humanos. Se puede añadir que las cuestiones del lenguaje interesaron capitalmente a los principales promotores de aquella cultura: Voltaire, Rousseau, Leibnitz, Condillac, Brosses, y los redactores de L'Encyclopédie: D'Alembert, Dulos, Du Marsais, Turgot. El racionalismo postulaba para el lenguaje y su estudio la máxima dignidad; la extienden como un dogma los logicistas desde Leibnitz y Port-Royal, que veían en el lenguaje un paralelo del pensar; la aceptan y mantienen no sólo los que adobaban la lógica del lenguaje en psicología, como Condillac, sino los que, como Rousseau, negaban, contra la corriente de su siglo, la naturaleza racional del lenguaje. A Rousseau cita Bello para expresar con palabras autorizadas su propia estimación del lenguaje y de su estudio: «uno de los estudios que más interesan al hombre es el del idioma que se habla en su país natal. Su cultivo y perfección constituyen la base de todos los adelantamientos intelectuales. Se forman las cabezas por las lenguas, dice el autor del Emilio, y los pensamientos se tiñen del color de los idiomas»1. Se puede añadir que a todos   -XI-   los capitanes del siglo de las luces, y Bello fue uno, les importaba el apostolado de la cultura tanto como su personal ilustración; aquellos hombres sentían la misión de enseñar lo que aprendían; hacerse culto no bastaba si no se hacía cultos a los demás. El progreso social, no sólo el cultivo personal, era su fin2. Pero además de estos motivos generales, y dando a todos ellos nuevo calor y vida, movía a Bello otro motivo particular: su neófito patriotismo americanista, que tenía más de conciencia lúcida que de retórica ofuscadora, más de acción que de exaltación. Elevar cuanto antes la ilustración en las nacientes repúblicas, y para ello elevar y depurar el instrumento obligatorio de todo cultivo y propagación de las ciencias y las artes, que es la lengua nacional; urgir a los americanos a conservar el don providencial de una lengua común, ventaja inapreciable para el progreso, tanto de la cultura material como de la intelectual y de la moral. Su apostolado idiomático es parte de su concepción de la responsabilidad de las nuevas patrias independientes. Ya no somos colonias, parece pensar con seria alegría, y nuestra nueva situación exige una manera nueva de participación en la cultura del mundo. Exige en primer lugar un tributo general al decoro y a la dignidad de las maneras y comportamiento sociales, que alcanza desde luego a los modos de hablar y particularmente a los de escribir. Bello sentía, pues, la obligación de fomentar la educación idiomática de los americanos, idea presente en todos sus estudios gramaticales (por ejemplo, en el prólogo de su Gramática, pág. 8), y que yo prefiero representar con aquellas sus ejemplaresAdvertencias para el uso de la lengua castellana, dirigidas a los padres de familia, profesores de los colegios y maestros de escuela (1834), que tan espléndidos frutos dieron en la educación idiomática del pueblo chileno,   -XII-   al que iban especialmente destinadas3. Pero la lengua es, además, el instrumento general de la cultura toda. Todavía no acabadas las guerras de independencia, Bello ofrece (1823) su proyecto de ortografía a la discusión de los inteligentes, o para que se modifique, si pareciere necesario, «o para que se acelere la época de su introducción y se allane el camino a los cuerpos literarios que hayan de dar en América una nueva dirección a los estudios». (Indicaciones, en O. C., V, 382). Bello y sus colegas americanos en Londres sentían, pues, la cuestión de la lengua en América como un problema político, específico de América por su especial historia pasada, y de urgente atención por la historia en espera. Bello y su confirmante lo declaran por extenso, pp. 303-304.


La unidad de la lengua sólo con estudio se puede mantener, y la unidad de la lengua era para Bello un bien político inapreciable, de alcance no sólo nacional sino intercontinental4. Como R. J. Cuervo haría muchos años después, Bello teme por la pérdida de tan preciosa unidad. Pero Bello, no Cuervo, es el moderno en la visión de este problema. Cuervo se dejó seducir en su ancianidad prematura por las doctrinas del naturalismo determinista, en realidad ya en su tiempo rechazadas; y llegó a creer, con tristeza de patriota americano, que la fragmentación del español en muchas lenguas era un fenómeno futuro inevitable, «fatal», y   -XIII-   «natural», como había ocurrido al latín, partido en muchas lenguas romances. Pero la verdad es que, si el latín se fraccionó, el griego no. El fraccionamiento de una lengua no es, pues, un fenómeno fatal ni natural, sino histórico, que acaece o no según hagan los hombres su propia historia. Las equiparaciones de las lenguas con organismos vivos, tan favorecidas en el siglo XIX, no eran más que metáforas, y peligrosas, según se ve5. Bello veía, sin hacer de ello siquiera cuestión, que el idioma y su historia eran algo que los hombres hacen, no que les pasa; nada natural ni fatal, y por lo tanto inevitable y sin responsabilidad, sino histórico y cultural, y por lo tanto a nuestra entera cuenta. La historia de la partición del latín, en vez de llenarle de impotente y fatalista tristeza pensando en el porvenir del español, le lanza a la acción, a intervenir en la historia, a hacerla: «Pero el mayor mal de todos, y el que, si no se ataja, va a privarnos de las inapreciables ventajas de un lenguaje común, es la avenida de neologismos de construcción que inunda y enturbia mucha parte de lo que se escribe en América, y alterando la estructura del idioma, tiende a convertirlo en una multitud de dialectos irregulares, licenciosos, bárbaros, embriones de idiomas futuros, que durante una larga elaboración, reproducirían en América lo que fue la Europa en el tenebroso período de la corrupción del latín. Chile, el Perú, Buenos Aires, México, hablarían cada uno su lengua, o por mejor decir, varias lenguas, como sucede en España, Italia y Francia, donde dominan ciertos idiomas provinciales, pero viven a su lado otros varios, oponiendo estorbos a la difusión de las luces, a la ejecución de las leyes, a la administración del Estado, a la unidad nacional... Sea que yo exagere o no el peligro, él ha sido el principal motivo que me ha inducido a componer esta obra, bajo tantos respectos superior a mis fuerzas» (Gramática, Prólogo, 9-10).


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Gramática «dedicada al uso de los americanos»



Ya en 1823 había publicado Bello sus Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar i uniformar la ortografía en América. Dos razones concurren para esta limitación del destinatario: la una es el recelo de una repulsa de los gramáticos peninsulares (¿o quizá alguien lo hizo, en efecto, de palabra?), que pudieran negar a un americano el derecho de corregir los malos usos idiomáticos de los españoles. La otra, la disconformidad de Bello con el «supersticioso casticismo» de las gramáticas españolas que rechazaban como viciosa toda forma americana de hablar que no se practicara en la península:


    1. «Era conveniente manifestar el uso impropio que algunos hacen de ellas [las formas gramaticales]... No tengo la pretensión de escribir para castellanos. Mis lecciones se dirigen a mis hermanos6 los habitantes de Hispanoamérica...» (Gramática, Prólogo, 8).
    2. «Sometamos ahora nuestro proyecto de reformas [ortográficas] a la parte ilustrada del público americano». (Indicaciones, V, p. 391).
    3. «Pero el mayor mal de todos, y el que, si no se ataja, va a privarnos de las inapreciables ventajas de un lenguaje común, es la avenida de neologismos de construcción, que inunda y enturbia   -XV-   mucha parte de lo que se escribe en América...» (Prólogo, 9)7.


    1. (Tras recomendar «la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza»:) «Pero no es un purismo supersticioso lo que me atrevo a recomendarles. El adelantamiento prodigioso de todas las ciencias y las artes, la difusión de la cultura intelectual y las revoluciones políticas piden cada día nuevos signos para expresar ideas nuevas; y la introducción de vocablos flamantes, tomados de las lenguas antiguas y extranjeras, ha dejado ya de ofendernos cuando no es manifiestamente innecesaria, o cuando no descubre la afectación y mal gusto de los que piensan engalanar así lo que escriben...» (Prólogo, 9).
    2. «No se crea que recomendando la conservación del castellano sea mi ánimo tachar de vicioso y espurio todo lo que es peculiar de los americanos. Hay locuciones castizas que en la Península pasan hoy por anticuadas y que subsisten en Hispano-América: ¿Por qué proscribirlas? Si según la práctica general de los americanos es más analógica la conjugación de algún verbo, ¿por qué razón hemos de preferir la que caprichosamente haya prevalecido en Castilla? Si de raíces castellanas hemos formado vocablos nuevos según los procederes ordinarios de derivación que el castellano reconoce, y de que se ha servido y se sirve continuamente para aumentar su caudal, ¿qué motivos hay para que   -XVI-   nos avergoncemos de usarlos? Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Aragón y Andalucía para que se toleren sus accidentales divergencias, cuando las patrocina la costumbre uniforme y auténtica de la gente educada» (Prólogo, pp. 10-11).
    3. (Que las academias, muy meritorias, están sujetas a la libre crítica beneficiosa:) «La libertad es en lo literario, no menos que en lo político, la promovedora de todos los adelantamientos» (Ortografía castellana, artículo de 1827).


No encuentro que asome por ninguna página de Bello la prédica de una independencia idiomática que viniera a completar a la política, como desde sus tiempos han venido reclamando algunos escritores de nacionalismo especialmente susceptible en la Argentina, en Brasil y en Norteamérica8. Bello vio muy bien que la secesión idiomática de América respecto de España implicaba la de las naciones americanas entre sí, pues las fuerzas que separaran la lengua de Chile de la de España la separarían también de la de México y de la de Venezuela: lo más contrario a sus ideales americanistas. Bello no postulaba la separación americana, sino, al revés, el derecho de los americanos a participar con toda dignidad en la permanente formación de la lengua común.


Siempre pensó Bello en «la lengua castellana» como una y común, y su Gramática, aunque en ella se advierta que está destinada al uso de los americanos, es la gramática cabal de la lengua española sin restricciones. De hecho, ni siquiera en la corrección de defectos se atiene a los límites americanos, pues muchas veces alcanza a los peninsulares, aunque la educación lingüística de los americanos sea su propósito capital. Bello es casticista en el sentido de que acepta y defiende los americanismos de las personas educadas cuando, ya   -XVII-   conservaciones, ya innovaciones, son de casta legítima, fieles a la índole de «la lengua de nuestros padres», mientras que rechaza los de las castas forasteras9. Pero no es «purista supersticioso», pues que ni se limita a lo heredado (la lengua es un continuo hacerse y renovarse), ni dentro de lo heredado se limita a lo conservado en España. Ni cree bueno derribar la autoridad de la Academia de Madrid para levantar otra a este lado del Atlántico, ni aceptarla con obediencia de prosélito. Aprecia la utilidad de la Academia, le presta siempre atención cortés y guarda con ella una relación de colaboración crítica. No quiere negar su obra, sino mejorarla10. En realidad, el reproche central que Bello hace a la Gramática de la Academia es el ser poco española por demasiado latina11. Pero, en junto, ve y muestra la utilidad de su función y se apoya en su extensa autoridad siempre que conviene a su propio pensamiento.





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Idea de una gramática




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La gramática y la lengua literaria



La misión educadora de Bello y su sentido americanista (patriótico, no nacionalista) se acuerdan con su concepción de la gramática «nacional», como él llama a la de la lengua   -XVIII-   materna. Las gramáticas de las lenguas extranjeras cumplen su cometido enseñando a hablar el idioma desconocido; pero hablar su propia lengua todo el mundo lo sabe por uso. La gramática de la lengua materna tiene que añadir otra cosa, que es educar a los ciudadanos en las buenas maneras de hablar. La gramática dice, pues, cuáles maneras de hablar son buenas y cuáles reprobables, y tiene que dar un fundamento para sus aprobaciones y rechazos. Bello las autoriza en última instancia con la práctica más afianzada y tradicional de la lengua literaria. Es verdad que la gramática es el arte de hablar bien, conforme al uso general de la gente educada: son buenas (correctas) las formas de hablar «cuando las patrocina la costumbre uniforme y auténtica de la gente educada» (Prólogo, p. 11); pero es que si la gente educada tiene un modo de hablar más cultivado que la iletrada, eso se debe a que lo orienta con cultivo y estudio hacia la lengua de los escritores, en suma, porque lo basa en la lengua del arte literario que le sirve de guía y de correlato ideal. La fuente del hablar bien en una sociedad adelantada es el hablar (y escribir) con arte. Hablar bien es hablar con arte, con el solo límite y barrera de la vitanda afectación. En realidad, apenas si en algunos casos hace Bello diferencia entre el bienhablar de la gente educada y la lengua escrita literaria, como si para él el bien hablar fuese un ideal y la buena lengua literaria su real cumplimiento. Así es como la gramática de Bello es directamente gramática de la lengua literaria, con extensiones al uso doméstico que las gentes educadas hacen de ella. El hablar de las clases educadas no es bueno con sólo ser practicado; tiene que acordarse con la tradición literaria. Si un uso está en desacuerdo con los buenos escritores, Bello lo muestra así para que las personas educadas más conscientes en su conducta idiomática lo enmienden y lo generalicen ya enmendado: «Parecerá algunas veces que se han acumulado profusamente los ejemplos; pero sólo se ha hecho cuando se trataba de oponer la práctica de los escritores acreditados a novedades   -XIX-   viciosas...» (Prólogo, 8). Con tan seguro propósito aplica su Gramática Bello al estudio de la lengua literaria, que en ella acoge formas ya desaparecidas del buen hablar y hasta de los usos actuales de la literatura con tal que los encontremos en las obras ejemplares de la literatura heredada: «He creído también que en una gramática nacional no debían pasarse por alto ciertas formas y locuciones que han desaparecido de la lengua corriente, ya porque el poeta y aun el prosista no dejan de recurrir a ella, y ya porque su conocimiento es necesario para la perfecta inteligencia de las obras estimadas de otras edades de la lengua» (Prólogo, 8). Bello, pues, concibe la gramática como una iniciación en la lengua del arte, y no sólo para su acertada comprensión, sino también para su práctica: «Pero, al fin, se ha reconocido la importancia de la Ortología; y ya no es lícito pasarla por alto en la lista de los ramos de enseñanza destinados a formar el literato, el orador, el poeta, el hombre público y el hombre de educación» (Principios de Ortología, en O. C., V, pág. 4). El hombre de educación es nada menos que uno, si bien el último, en la escala de los artistas de la palabra.





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Otras defensas de las normas: la gramática histórica y la gramática general



Esta posición teórica de Bello es hoy la dominante en su conjunto, pero hace un siglo estaba en contra de las gramáticas científicas, que la tomarían simplemente por académica. Las gramáticas «científicas» eran la gramática general, que hallaba en las leyes de la lógica la justificación de lo que estaba bien y de lo que estaba mal en los usos de una lengua, y la gramática histórica, entonces nueva, que se satisfacía a sí misma con el estudio de la evolución de las lenguas, pero que además solía utilizarse para justificar o condenar los usos actuales de una lengua, y sobre todo para interpretar su valor y su función presentes acomodándolos   -XX-   a su historia pasada. Recomiendo al lector, por muy pertinente, la lectura del estudio de Karl Vossler titulado Gramática e historia lingüística, o la relación entre lo correcto y lo verdadero en lingüística, que somete a juicio las justificaciones lógica, psicológica e histórica de lo correcto para rechazarlas como imposibles y admitir como única legítima la de la lengua del arte12. Croce y Vossler representan la lingüística llamada idealista («el pensamiento lingüístico es de naturaleza poética»); otras escuelas, como la positivista sociológica encabezada por Ferdinand de Saussure («el lenguaje es un fenómeno eminentemente social»), no unifican tan directamente las normas de hablar con las formas fijadas por la lengua del arte. Por reacción contra la filología tradicional, que se ocupaba preferentemente de allanar las dificultades de los textos literarios antiguos, Saussure y sus ilustres secuaces, Meillet, Bally, Vendryes, Sechehaye, ponen el acento en la lengua oral con despego cuasipolémico por la lengua literaria, una de las lenguas especiales y artificiales, pero no la lengua13: los fines de la expresión literaria «son estéticos e individuales, mientras que el lenguaje común es activo y social», dice Bally, p. 98. Pero todos reconocen la presión de las formas literarias sobre el hablar, y el estrecho parentesco que el hablar de las gentes educadas tiene con la lengua escrita14. Poniendo el acento sobre el   -XXI-   lado social, como Vossler lo pone sobre el estético, Bally denuncia la presión modeladora que la lengua literaria ejerce sobre la hablada: son resistidas las formas que vienen de las clases inferiores; «por el contrario, es muy distinguido imitar un giro de la lengua escrita», p. 20815. Como educadora que es en esa lengua «artificial», Bally, lo mismo que Saussure, tenía antipatía a la gramática16, pero después de todo admitía, aunque a regañadientes, la necesidad de la educación gramatical, p. 200. Cuando estas ideas de los lingüistas suizos pasan a los franceses, el estudio del idioma puede mejorar del básicamente normativo, propio de las gramáticas escolares, al interpretativo de la nueva escuela; pero ya la lengua literaria y la finalidad educadora vuelven a ocupar sus posiciones tradicionales. Ferdinand Brunot pertenece, como Meillet y Vendryes, a la escuela saussureana, y más de cerca a la inspiración de Bally. La pensée et la langue tituló su libro (París, 1926, 2.ª edic.), y en la página XIX de la Introducción declara: «Pero convendremos en que el estudio de la lengua materna sería poca cosa si no condujera de una parte a la comprensión de los textos, y si no contribuyera de otra a la educación general del espíritu». Educar e iniciar a los educandos en la lengua literaria; y en efecto, de los escritores franceses es de donde Brunot saca abundantísimos modelos de decir.


Aunque con encontradas perspectivas, todos reconocen la necesidad de la educación lingüística, y con razones coincidentes u homogéneas todos rechazan las interpretaciones lógicas de la gramática general y las suplantaciones de los valores actuales por otros pertenecientes a estados anteriores de la lengua. Lo que es y tal cual es en esta lengua y en estos tiempos (que para la lengua pueden abarcar varios siglos)   -XXII-   es el tema verdadero de la gramática. Y esta misma actitud crítica sostenía y practicaba Bello con firme clarividencia hace más de cien años: «¿Y qué diremos de una teoría que no se adapta a lo que es hoy la lengua sino a lo que se supone que fue?». «Ver en las palabras lo que bien o mal se supone que fueron y no lo que son, no es hacer la gramática de una lengua sino su historia»17. Especialmente consciente y firme se mantuvo Bello frente a un modo particular de suplantación historicista, que es el venerable error de dar por castellanas las formas y explicaciones de la gramática latina, su lejano antecedente. Todo su artículo Gramática castellana, 1832, es una ponderada crítica de la latinización indebida de la gramática académica, que aplicaba a la lengua castellana la declinación y los géneros nominales de la latina y omitía muchas formas y distinciones castellanas porque no figuraban en latín18. Y en el Prólogo de su Gramática, 1847: «El habla de un pueblo es un sistema artificial de signos, que bajo muchos respectos se diferencia de los otros sistemas de la misma especie; de que se sigue que cada lengua tiene su teoría particular, su gramática. No debemos, pues, aplicar indistintamente a un idioma los principios,   -XXIII-   los términos, las analogías en que se resumen bien o mal las prácticas de otro...». «¿Se trata, por ejemplo, de la conjugación del verbo castellano? Es preciso enumerar las formas que toma, y los significados y usos de cada forma, como si no hubiese en el mundo otra lengua que la castellana...». «Éste es el punto de vista en que he procurado colocarme, y en el que ruego a las personas inteligentes, a cuyo juicio someto mi trabajo, que procuren también colocarse, descartando, sobre todo, las reminiscencias del idioma latino».





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La gramática general



La crítica de la gramática general tiene las mismas bases: la índole privativa de cada idioma. La gramática general ocupa en la Gramática castellana de Bello apenas unas pocas líneas, pero fue para él una cuestión previa de máxima importancia. Todavía en la primera mitad del siglo XIX las gramáticas particulares eran tributarias de la Grammaire Générale. Una gramática como la de Salvá, que se desentendiera mucho de las doctrinas y se atuviera a los materiales idiomáticos y a su ordenación, bien podía no ofrecer de la grammaire générale (lógica) más que resabios; pero Bello quería sobrepasar tal tipo de gramáticas añadiendo a los hechos la doctrina. ¿Cómo es que, con esa noble ambición,   -XXIV-   no adornó Bello su Gramática con las explicaciones lógico-generales que entonces pasaban por las más «científicas», antes bien, las rechaza con tanta resolución como conciencia? Éste es un hecho positivo, no negativo, y que por lo tanto reclama un detenido estudio. Todo revela que Bello había meditado mucho sobre esta disciplina, y que cargó en la resolución de eliminarla de su libro toda su responsabilidad. En sus breves líneas sobre la gramática general, Bello hace una crítica directa (aunque no exhaustiva) de los límites de la gramática general o raisonnée o lógica, a la que deja reducida a un mínimo y, para entonces, irrisorio esqueleto, no coincidente, pero sí cotejable con el que a principios de este siglo precisó el maestro de la fenomenología Edmundo Husserl: «Obedecen sin duda, los signos del pensamiento a ciertas leyes generales que derivadas de aquellas a que está sujeto el pensamiento mismo, dominan a todas las lenguas y constituyen una gramática universal. Pero si se exceptúa la resolución del razonamiento en proposiciones, y de la proposición en sujeto y atributo; la existencia del sustantivo para expresar directamente los objetos, la del verbo para indicar los atributos, y la de otras palabras que modifiquen y determinen a los sustantivos y verbos, a fin de que con un número limitado de unos y otros, puedan designarse todos los objetos posibles, no sólo reales sino intelectuales, y todos los atributos que percibamos o imaginemos en ellos; si exceptuamos esta armazón fundamental de las lenguas, no veo nada que estemos obligados a reconocer como ley universal de que a ninguna sea dado eximirse. El número de las partes de la oración pudiera ser mayor o menor de lo que es en latín o en las lenguas romances. El verbo pudiera tener géneros, y el nombre tiempos. ¿Qué cosa más natural que la concordancia del verbo con el sujeto? Pues bien, en griego era no sólo permitido sino usual concertar el plural de los nombres neutros con el singular de los verbos. En el entendimiento dos negaciones se destruyen necesariamente una a otra, y así es también casi siempre en el   -XXV-   habla, sin que por eso deje de haber en castellano circunstancias en que dos negaciones no afirman. No debemos, pues, trasladar ligeramente las afecciones de las ideas a los accidentes de las palabras. Se ha errado no poco en filosofía suponiendo a la lengua un trasunto fiel del pensamiento; y esta misma exagerada suposición ha extraviado a la gramática en dirección contraria: unos argüían de la copia al original, otros del original a la copia. En el lenguaje, lo convencional y arbitrario abraza mucho más de lo que comúnmente se piensa. Es imposible que las creencias, los caprichos de la imaginación, y mil asociaciones casuales, no produjesen una grandísima discrepancia en los medios de que se valen las lenguas para manifestar lo que pasa en el alma; discrepancia que va siendo mayor y mayor a medida que se apartan de su común origen» (Prólogo, pp. 3-4).


Esta crítica es certera sobre todo en su base: el pensamiento lógico y el idiomático son heterogéneos. En ello concuerdan ahora, en general, la lingüística y la filosofía. Otra idea implicada de gran valor: el pensamiento idiomático es histórico, plasmado en formas peculiares a cada idioma por las sucesivas generaciones de sus hablantes a lo largo de los siglos, por «las creencias, los caprichos de la imaginación y mil asociaciones casuales». Es por lo tanto históricamente cambiante, no lógicamente fijo. Bello no atiende a que esos «caprichos de la imaginación», con lo que tienen de intuitivos, más la expresión sugestiva de las emociones, pudieran ser base para una teoría general del lenguaje como fenómeno poético (Rousseau, Vico, Herder, Humboldt, Croce, Vossler) y hasta parece conceder a los logicistas de los siglos XVII y XVIII, un poco distraídamente, la existencia de una lengua primitiva única en la que las correspondencias lógico-idiomáticas no estaban estorbadas por «anomalías introducidas injustificadamente» por el uso de las gentes19; pero ahí es donde encontró la raíz común de   -XXVI-   su doble crítica contra la gramática latinizada y la gramática lógica: cada pueblo se ha hecho y se va haciendo su propia lengua; en cada lengua se va plasmando un sistema privativo de formas de pensar: «Cada lengua tiene su teoría particular, su gramática»; «los pensamientos se tiñen del color de los idiomas». Estas ideas presiden los estudios gramaticales de Bello y dan a su cumplimiento un aire sorprendente de modernidad que será inútil buscar en las gramáticas europeas de aquellos años. Bello debió, sin duda, mucho de su liberación de la gramática general a la recién nacida lingüística histórica, que ayudó grandemente a cambiar los fundamentos filosóficos del lenguaje; también le favoreció su seria educación en el idealismo y empirismo filosóficos de ingleses y escoceses, tal como se revela espléndidamente en su Filosofía del entendimiento (Berkeley, Hume, Locke, Stuart Mill); pero su resistencia, o mejor, su negativa a adoptar una perspectiva lógico-general quizá viene de más atrás en la vida de Bello. Yo creo muy posible, como me sugiere mi amigo Enrique Anderson Imbert, que esta moderna actitud de Bello bien se puede deber a su trato con el naturalista Alexander von Humboldt en Caracas (Nov. 1799, Feb. 1800)20. Bello, de dieciocho años, era un joven ávido de todos los conocimientos; de los gramaticales, por entonces, mucho, pues habían sido sus principales estudios. Humboldt, de treinta, tenía tierno amor y admiración por su hermano Wilhelm, dos años mayor, que por entonces había iniciado sus geniales estudios sobre las lenguas y el lenguaje humano. Es casi inverosímil que en las conversaciones con su joven amigo no salieran una y otra vez los   -XXVII-   temas lingüísticos, y que no expusiera el joven sabio, en la forma directa y esencial que se tenía que esperar de un tal relator, algo de las ideas lingüísticas de su hermano. Ahora bien: Wilhelm von Humboldt es el más poderoso, el más profundo y el más original teórico del lenguaje en la edad moderna, y uno de sus estudios capitales iba a ser el que se titula Sobre las diferencias estructurales del lenguaje humano y su influjo en el desarrollo espiritual de la Humanidad21. Humboldt, con su genial descubrimiento de la forma interior del lenguaje (Innere Sprachform), es quien dio una repulsa científica definitiva a las gramáticas logicistas, mostrando que cada lengua impone al pensamiento sus leyes formales y estructurales privativas, sólo lejana y esquemáticamente conectadas con la lógica. Es muy probable que, por ser cosas de conversación y no lecturas, el Bello maduro las trascordara hasta el punto de no poder citar ni una palabra de lo conversado en 1800; pero el beneficio de formación personal pudo ser mucho mayor que el debido a las lecturas: el de saber mirar el fenómeno humano del lenguaje desde el ángulo adecuado. De cualquier manera, es admirable que la gramática general o lógica fuera hacia 1840 expulsada de la interpretación de los modos concretos de un idioma, y que su misma existencia legítima se reduzca para Bello a una esquemática armazón fundamental que comprende, y aun con graves reparos, la doctrina de la proposición (oración) y de sus partes como oficios oracionales: la proposición, articulada en sujeto y atributo (predicado según la terminología general); el sustantivo para indicar directamente los objetos (sujetos de la oración) y el verbo para indicar el atributo (centro del predicado); sobre   -XXVIII-   esto las clases subsidiarias de palabras, las modificaciones del sustantivo y del verbo.


Sorprendido y agradado habría quedado Bello de saber que ni siquiera este concedido modo de articular el pensamiento es general a las lenguas de los hombres22; pero enunciado en términos menos gramaticales y más lógicos, el pensamiento de Bello es correcto. El mismo Humboldt vio a través de todas las diversidades estructurales del lenguaje humano una especie de «lenguaje humano ideal», del cual son realizaciones históricas los distintos idiomas de la tierra; esa raíz común o lazo común de todas las lenguas se basa en nuestra común naturaleza racional, que impone a todos los idiomas una armazón mínima general. Edmund Husserl, el maestro de la fenomenología, que ha diseñado la última gramática general importante, se reconoce de acuerdo con Humboldt23. La gramática general pura de Husserl apenas   -XXIX-   tiene de gramática más que el nombre. Husserl mismo lo subraya al decir que es «pura y apriorística», «perogrullesca y trivial». Abarca la Investigación IV, p. 79-124 del tomo segundo, que se titula «La diferencia entre las significaciones independientes y no-independientes y la idea de una gramática pura», y tiene que ver fundamentalmente con esto: que el lenguaje humano, además de los signos simples, usa otros signos compuestos para sentidos unitarios (en eso consiste el lenguaje articulado), por ejemplo, la casa roja, y que la composición de los signos tiene que obedecer en todas partes a ciertas leyes apriorísticas que son precisamente las que hacen que el sentido unitario se logre. Sentido o contrasentido dan lo mismo, por ejemplo: este cuadrado perfecto o este cuadrado redondo; pero el sinsentido es lo vitando, es decir que con el sinsentido no hay lenguaje, sino mero flatus vocis, por ejemplo: si cuando vísperas o verdea; un árbol es y como. La gramática lógica pura busca las leyes generales bajo las cuales una expresión logra sentido. La conjunción de los componentes no es azarosa ni arbitraria, sino sujeta a ley, o si no, no se cumple la finalidad del lenguaje, que es el hacer sentido.


Muy obvio y muy por supuesto; sólo que esa ley de la conjunción de los componentes es empíricamente privativa de cada idioma; por ejemplo: secuencias de palabras sin sentido, como las que Husserl da (digo sin sentido alguno para los hábitos lingüísticos del alemán o del español) son las que nos muestran las trasliteraciones de ciertos idiomas como el vasco, el náhuatl, el cavi o el subiya. Con todo, quedará siempre, apriorísticamente, la necesidad de que la conjunción de elementos esté sometida a ley estructural previa, conforme a ciertos modos determinados, con los   -XXX-   componentes no meramente yuxtapuestos, sino categorialmente referidos los unos a los otros, para que en la referencia resulte construida la unidad de sentido24. La mayor parte de la Investigación IV de Husserl está dedicada a dilucidar la distinción entre significaciones independientes y dependientes (dependientes de las independientes)25; las primeras se piensan real y plenamente por sí solas, por ejemplo, padrecalorbrillo; las segundas sólo son pensables referidas a otra significación independiente26, por ejemplo, (amor o dominio)paterno, (tiempo o abrazocaluroso, (el sol o el acerobrilla. Las significaciones dependientes pueden ser, a su vez, apoyo para otras, que resultarán dependientes en segundo grado. El juego de independencia-dependencia de las significaciones se da ya como una ley general del lenguaje humano, necesario para la «articulación», o sea, para que las partes de una significación compuesta, refiriéndose unas a otras, reconstruyan la originaria unidad de sentido27. Es ley puramente formal y apriorística, de modo que en una composición con sentido, Aa, podremos variar ilimitadamente el componente A y el componente a, siempre que el reemplazante sea de la misma clase   -XXXI-   (auto-semántica o synsemántica del mismo grado) que el reemplazado: en la significación compuesta con sentido casa roja podemos variar en español el primer componente con cualquier otro sustantivo femenino y el segundo con cualquier adjetivo, y siempre hará sentido (lingüístico). V. pp. 113 y 121. Con terminología gramatical inadecuada, Bello apuntaba, pues, al hecho lógico fundamental. La misma idea de los categorema y syncategorema (Husserl), autosemántica y synsemántica (Marty), funciona en la rápida referencia de Bello a la existencia general de sustantivos y verbos y «de otras palabras que modifiquen y determinen a los sustantivos y verbos»28. Fuera de esto, las leyes «obvias y triviales» (Husserl) que componen la gramática general pura son de este tipo: cada significación compuesta pertenece unitariamente a la categoría de la significación básica: casa roja se compone de un categorema (autosemanticon) y un syncategorema (synsemanticon); el resultado es una nueva significación que pertenece a la clase categoremática (p. 113). O dicho con la terminología empírica de nuestra gramática: un sustantivo y un adjetivo a él referido forman una frase sustantiva.


Bello, pues, bien a contrapelo de su tiempo todavía enredado en la interpretación lógico-general de los idiomas particulares, tenía una visión de la gramática general que por entonces sólo en el genial solitario Humboldt había aparecido, y que después había de elaborarse, formularse y difundirse por los fenomenólogos del siglo XX. Él redujo a su justo lugar la gramática general, y, aunque sólo la trata lo preciso no más para desembarazarse de ella, la vio en sus líneas esenciales con sorprendente penetración y modernidad. Comprendió también que tal gramática general era   -XXXII-   «obvia y trivial» (Husserl), y por eso, una vez reconocida, la dejó para no usarla. Y vio con ojo de filósofo, también concordando con su coetáneo Humboldt y con nuestro coetáneo Husserl, dónde radicaba la causa de su existir: «Obedecen, sin duda, los signos del pensamiento a ciertas leyes generales que, derivadas de aquellas a que está sujeto el pensamiento mismo, dominan a todas las lenguas y constituyen una gramática universal». Por supuesto, no es comparable la penetrante y profunda elaboración sistemática de Husserl (aunque sólo de unprograma de gramática lógica pura, apriorística) con la rápida y como concesiva representación de Bello. Pero en lo esencial coinciden: tiene que haber en el lenguajearticulado de todos los hombres una ley que presida a la articulación misma, una ley por la cual los miembros de una significación compuesta se subordinen entre sí categorialmente, puesto que juntos componen una unidad de significación. Esto se lo representa Bello con los conceptos gramaticales de sujeto, atributo (predicado), sustantivo, verbo, adjetivo y adverbio, y Husserl con los conceptos lógicos de significaciones independientes y dependientes29. El mismo reparo alcanza a los dos, a mi entender: que siendo apriorístico el que los miembros articulados de una expresión se sometan a alguna ley de estructura para alcanzar la unidad en la articulación de sentido, sin que   -XXXIII-   el hablante pueda hacer las conexiones a su capricho, no es apriorístico ni se cumple empíricamente el que esa ley de existencia necesaria sea para todas las lenguas la misma de entidades (independientes y dependientes) yuxtapuestas, como ocurre en los idiomas indoeuropeos y en otras familias; esto nos lo ha hecho ver Humboldt muy claramente. Por consiguiente, la ley general y apriorística es que debe haber efectivamente una ley de estructura, pero la ley de estructura no tiene por qué ser empíricamente la misma en todas las lenguas, como Bello y Husserl dan por supuesto sin el examen de familias lingüísticas distantes. La verdad es que el reparo apuntado apenas es pertinente para Bello, porque él no se propuso hacer una gramática general, sino que, al revés, la quiso rehuir como impertinente y hasta nociva en la gramática de un idioma particular. En esto la posición de Bello es más valedera que la de Husserl. Los lógicos, en su busca y estudio de las formas universales de pensamiento, se suelen dejar engañar por las formas particulares que su idioma nativo ha impuesto a sus mentes y que se han hecho en ellos como naturaleza. Julius Stenzel ha probado lo que deben a los módulos semánticos del griego algunos conceptos lógicos y filosóficos de los griegos30. Husserl ideó su gramática lógica pura con sólo el sentimiento de su idioma alemán, sin echar un vistazo a ninguna otra lengua del mundo. Es claro que si Husserl observa lo que  -XXXIV-   en su propia lengua es lógico-puro y a priori, por fuerza tiene que serlo también en las otras lenguas; pero Husserl puede tomar por lógico puro y a priorilo que sólo tiene una realidad empírica, aunque impositiva, en su propio idioma, con el que él ha aprendido a pensar. El idioma heredado le ha impuesto sus módulos mentales, la Innere Sprachform de Humboldt, y sus carriles le impiden sospechar otros caminos. Para no volver una vez más a los idiomas de incorporación, pensemos en el muy ilustrativo caso de la ley de la doble negación alegada como apriorística para todas las lenguas (p. 117) y que no lo es, como ya lo había denunciado el mismo Bello. Formas españolas como «no ha venido ninguno», «no vale nada», «no he visto a nadie», «no habla nunca», etc. (Bello, Gramática, § 384), prueban con su mera existencia que la ley lógica de la doble negación es lingüísticamente inoperante como tal ley. Es que dos negaciones se pueden conectar y funcionar en dos maneras diferentes: la una, negando o anulando lógicamente la primera lo que la segunda hace, de donde resulta una afirmación; la otra, corroborando la segunda lo que la primera hace, de donde resulta un énfasis de la expresión sin alteración del valor lógico. La clase corroborativa no es alcanzada por la alegada ley lógica tradicional. Ambas funciones son igualmente válidas, y pues como cada una tiene su ley, ninguna de las dos puede alegar ser general31. En cuanto a la intervención que la gramática general debe tener en la gramática educativa de los idiomas particulares, Bello tiene una posición más satisfactoria que Husserl. Éste afirma la necesidad que el gramático tiene del conocimiento de su   -XXXV-   gramática lógica pura: «No puede ser indiferente que el gramático se contente con sus opiniones privadas precientíficas acerca de las formas de significación o con las representaciones empíricamente enturbiadas que la gramática histórica, acaso la latina, le proporcionen, o que tenga presente el puro sistema de las formas en forma científicamente determinada y teóricamente conexionada, esto es, en la de nuestra morfología de las significaciones», p. 121. En otro lugar, p. 119, llega a conceder a Anton Marty32 la posibilidad de una gramática general en sentido empírico y hasta reconoce «la legitimidad indudable de aquel pensamiento de una gramática universal que concibió el racionalismo de los siglos XVII y XVIII»33 (p. 118), donde hay un grave quid pro quo: hemos de reconocer sin duda la legitimidad de aplicar un estudio lógico al lenguaje humano, pero en el pensamiento racionalista de una gramática universal la raíz era otra y enteramente rechazable: que el lenguaje era de naturaleza lógica, y que se podía y debía escribir una verdadera gramática, con sus reglas de uso, basada en la lógica. Por eso la llamaban gramática, y los lógicos modernos que siguen llamando gramática a los estudios lógicos del lenguaje no sólo rinden tributo indebido a la rutina, sino que cometen con ella un grave error teórico: «Gramática lógica pura», «gramática lógica» o son una contradictio in terminis,   -XXXVI-   o implican en el lógico una ilegítima concepción del lenguaje acrítica y viciada por su profesión. Una opinión, no un conocimiento. La gramática estudia la estructura de una lengua y sus formas mentales tal como están idiomáticamente constituidas y fijadas en el sistema particular de esa lengua. Por sus límites y cometido es tan refractaria a dejarse presidir por una interpretación histórica (bien visto por Husserl) como por una lógica, las dos explícitamente rechazadas por Bello. La verdad es que los que se han aplicado modernamente a estos estudios lógico-lingüísticos, incluso el riguroso Husserl, proceden como si el pensamiento lógico y el pensamiento idiomático fueran paralelos, o mejor, como si el pensamiento idiomático fuera una arquitectura siempre lógica con ciertas excrecencias, revestimientos y vegetaciones adheridos «por las particularidades accidentales de la raza, del pueblo con su historia, del individuo con su experiencia individual de la vida» (p. 119)34. Con mayor razón de la que Husserl tiene al exigir del gramático el conocimiento cuidadoso de su morfología de las significaciones y que no se atenga sólo a sus opiniones, el lingüista   -XXXVII-   debe pedir al lógico que dilucide previamente, sin proceder con su mera opinión, la cuestión fundamental de la diferencia o conformidad entre el pensamiento lógico y el idiomático. Sólo entonces podrán situar en su justo lugar los elementos lógicos del lenguaje y constituir satisfactoriamente la disciplina que los estudie.


Resumiendo: Bello rechaza explícitamente el paralelismo lógico-idiomático («Se ha errado no poco en filosofía suponiendo a la lengua un trasunto fiel del pensamiento», es decir del pensamiento lógico); alega para los modos de pensar fijados en los idiomas caracteres que hoy reconocemos como poéticos o como vitalistas («... lo convencional y arbitrario abraza mucho más de lo que comúnmente se piensa. Es imposible que las creencias, los caprichos de la imaginación y mil asociaciones casuales...»); aduce con eso la naturaleza histórica de esas formas (índole históricamente producida, no constitutiva; teoría básica de Humboldt), y por lo tanto su condición privativa (cada lengua es un sistema artificial de signos, «de que se sigue que cada lengua tiene su teoría particular, su gramática»). No niega la legitimidad de la gramática general, pero la reduce a las leyes básicas de la articulación del pensamiento en oración, trazando con ello los límites de lo lógico desde el fenómeno entero del lenguaje; y en cuanto a la invasora gramática general que el racionalismo había realizado, la aparta críticamente de la particular («una cosa es la gramática general y otra la gramática de un idioma dado»35. «No debemos, pues, trasladar ligeramente las afecciones de las ideas a los accidentes de la palabra»).


Este pensamiento es perspicaz y profundo, admirablemente moderno, si por tal entendemos el estar en la misma   -XXXVIII-   línea de los estudios hoy más respetados en el mundo de la ciencia. Y el haber librado a su Gramática castellana de la gramática general lógica fue una hazaña intelectual, porque Bello basó su rechazo no en una instintiva desconfianza hacia todas las teorías ambiciosas, como Salvá, sino en el discernimiento y en la crítica, oponiendo a la concepción racionalista del lenguaje entonces imperante, otra concepción básica «lingüística», entonces sólo por unas pocas mentes egregias mantenida. Este acto de liberación dejó a Bello las manos libres para planear y realizar una gramática que cien años después de escrita, a pesar de algunos reparos que se le han hecho y se le deben hacer, sigue prestando sus servicios como la mejor de nuestra lengua.





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La materia de la gramática



En un pasaje del Prólogo, 5-6, Bello despliega sus ideas de lo que debe contener una gramática de la lengua materna y de lo que debe rechazar. No se lo saca de la pura y ensimismada especulación, sino de sus observaciones y experiencias en la tradición gramatical europea y muy particularmente española en que se sabe inscrito.


Tres puntos capitales hay que destacar en esta exposición:


1.º Repertorio material.- La mayor utilidad de una gramática está en la abundancia del material idiomático ofrecido ordenadamente a los educandos. De la de Vicente Salvá dice Bello con calor y reconocimiento: «He mirado esta última como el depósito más copioso de los modos de decir castellanos; como un libro que ninguno de los que aspiran a hablar y escribir correctamente nuestra lengua nativa debe dispensarse de leer y consultar a menudo» (pág. 5).


2.º La interpretación descriptiva.- La abundancia de material no basta. A la gramática incumbe explicar y describir el valor interno de las formas gramaticales (inflexiones y combinaciones de las palabras).
  -XXXIX-  

3.º Doctrina gramatical como sostén teórico del punto anterior.- No ha de consistir en «especulaciones metafísicas», palabras de Salvá aceptadas por Bello no en su sentido técnico sino en el desvalorativo de 'sutilezas' y 'misterios'; la doctrina ha de ser directa, que explique los «procederes intelectuales que real y verdaderamente guían al uso», y se ha de expresar también directamente en «las fórmulas más comprensivas y simples», y sin «filosofías». Lo que Bello quiere añadir a la buena gramática de Salvá es «una teoría que exhibiese el sistema de la lengua en la generación y uso de sus inflexiones y en la estructura de sus oraciones».


En los tres aspectos fundamentales hizo Bello progresos que se salen de lo común; si bien en los tres le quedó, nos queda y quedará mucho por andar. El acopio de modos de decir fue extraordinario, partiendo del ya rico material reunido y ordenado por Vicente Salvá, a quien Bello resume y amplía, corrobora y enmienda: véase, por ejemplo, lo que podríamos llamar casuística del género, del número y de la concordancia en los nombres (capítulos 5, 7, 10, 30); de los pronombres (caps. 10, 16, 33, 35, 36, 38-42); de ciertos verbos y de los derivados verbales (caps. 43-44); de los adverbios, preposiciones y conjunciones (caps. 19, 50); de las oraciones negativas, interrogativas, distributivas y absolutas (caps. 45-48). Hoy mismo, pasados más de cien años, sigue siendo esta gramática el más copioso repertorio de modos españoles de decir. Sólo se le puede equiparar en esto la Gramática de la Academia, que, con cautela pero incesantemente, ha ido acumulando en sus ediciones sucesivas especialmente los materiales (y algunas ideas) de Salvá y de Bello.


A la abundancia de los materiales reunidos corresponde la cordura general, y a veces la penetrante agudeza en la interpretación de sus valores. Daré ejemplos sólo de lo más sobresaliente: ser y su participio marcan coexistencia (la casa fue, es, será edificada); con estar el participio marca   -XL-   anterioridad (estuvo, está, estará edificada), § 211 a; oraciones condicionales de «negación implícita» (si lo hubiera sabido habría venido)36, § 315; las finas distinciones entre estar escondido y estarse escondidoquedar y quedarseentrar y entrarsesalir y salirse, etc., § 334; otras como ésta: «no sé si salga conviene a la irresolución de la voluntad; y no sé si saldré, a la sola duda del entendimiento», § 392 h. Más adelante veremos una preciosa observación marginal a su interpretación del co-pretérito, sobre el ejemplo «Copérnico probó que la tierra giraba alrededor del sol». Particularmente valiosa es su partición de los verbos en desinentes y permanentes, § 285 a, coincidente en la idea con la que desde Friedrich Diez conoce la lingüística como perfectivos e imperfectivos, y sin duda de más feliz nominación. Esta partición tiene aún mayor alcance que el que Bello mismo explotó, y ha servido, por ejemplo, a R. Lenz para introducir alguna claridad en el conocimiento de nuestra pasiva, y a G. Cirot para una mejor comprensión de la alternancia entre ser y estar; y aún le quedan otros campos nuevos de aplicación. Por supuesto, por su amplitud y por su elaboración sistemática, lo más sobresaliente en este respecto es su interpretación de los valores de los tiempos verbales, que quedará ya para siempre en la historia de la gramática como una construcción magnífica, y que ahora mismo nos está incitando a hacer de ella un estudio especial.


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CURIOSIDADES HUMORÍSTICAS A PROPÓSITO DE LA GRAMÁTICA

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